el duelo a veces me visita en mis sueños. espera en mi balcón y toca mi puerta con delicadeza. va vestido con una camisa de cuadritos y una corbata que constituye todos los colores de mi infancia. a su derecha carga una maleta llena de sueños que se desbordan en el pavimento. observo mi reflejo en la puerta y veo a alguien que nunca he conocido.
el duelo es una emoción complicada. precisamente porque no puedes discernir sus astillas. a veces es obvia, pues se mese en la cuna de la pérdida. te golpea profundamente en el pecho. es un picazón que no puedes aliviar, una herida abierta difícil de ignorar. en ocasiones es menos evidente, pues se esconde en las costuras de tu alma. la encuentras en las esquinas de tus labios, en aquel respiro que no pudiste dar completo. es una agresión violenta contra tu identidad. es la incomodidad primordial que se vierte en las entrañas de tu cuerpo, aquel extrañar algo y no poder recordarlo.
es esencialmente la pérdida del futuro. no añoramos el pasado, porque es sólido, perdura y se auto alimenta. lo que realmente añoramos es la pérdida de la posibilidad de aquel futuro. los días que pudimos haber tenido en aquel lugar, haciendo aquellas cosas. añoramos el futuro que se nos ha hurtado. aquella agresión en contra de los sueños y ansias que constituyeron en algún momento risas de amor.
en el sol de hoy, añoro los años donde buscaré un rostro que no podré recordar con exactitud, la curvatura de una sonrisa que se empaña en cuanto más trato de imaginar sus detalles. el duelo es un lago fundido en los colores de la noche y tengo que nadarlo, permitirme sentir su vastedad y lo que no está al alcance de mi ojo. me carcome las tripas, me deja con labios rotos y temblorosos. quizás de esta manera puedo aprender a vivir en en este lago. incluso sin esa presencia, cae la mañana sobre mí y aún sigo mirando el mismo cielo.
porque siempre miramos el mismo cielo.
quizás ese sea el dilema con el duelo, nos pueden quitar nuestro futuro, pero no nos pueden quitar nuestro cielo. no nos pueden quitar la luna que nos observó tiernamente todos nuestros años aquí, o el amor que irradia en la quietud de nuestra verdad. no nos pueden quitar nuestro cielo y todos los años de sonrisas surtidas y alegrías colmadas por el calor de nuestros abrazos. no nos pueden quitar nuestras posibilidades y todas las promesas que ahora nadan en el espacio sideral. mi ancla flotando en la costa, aquella presencia en la cual podía descansar hasta que sonara el alba.
entonces dejaré que hoy sea una semilla. y mañana sea un brote. dejaré que algunas de las flores en mi pecho mueran con tal de ser tierra fértil en la puesta del sol. de esta manera, poco a poco creceré a ser un árbol fundido en la claridad de todos los atardeceres en la primavera.
dejaré que haya vida, hasta en los escombros de la muerte. para que en mi último baile mi corazón descanse en una cama de flores y no tan solo en tierra seca.
y mientras espero verte una vez más para llenar aquello que ha sido perdido; sin prisa alguna floreceré y estaré una pulgada más cerca a nuestro cielo. aquel que nos vio crecer, aquel que por siempre compartiremos. encontrémonos allí, cuando la flores susurren su última carta de amor.