El Verano del 96
Fue el vaivén de sus caderas lo que llamó mi atención. Me acerqué. Después de todo, era una noche para olvidar y derrochar. Cuando te ofrecí el primer trago, no pensé que esa decisión cambiaría mi vida. Mis amigos me decían que siempre fui un ganador por jamás irme solo a casa. Pero esa noche lo hice y aún así me sentía triunfante. Esa noche no conseguí tu número, pues dijiste que solo si el destino lo deseaba nos volveríamos a ver. Tengo que aceptarlo, te busqué, no fue casualidad encontrarnos en aquél café del centro. Poco a poco mis días se pasaban pensando en ti, no robabas mis pensamientos: tomaste tus maletas y te mudaste a mi cabeza. Eramos perfectos. Bueno, en realidad tú eras perfecta y me hacías sentir como el hombre mas sortudo del planeta. Nos conocimos. Me enamoré de tu mirada que estaba llena de sueños y esperanzas; de tu sonrisas que destellaban alegría y optimismo; de tu voz que me calmaba y hacía que el resto del mundo desapareciera; de tus piernas que te llevaban con elegancia y determinación; de tu actitud decidida, despreocupada y proactiva; de nuestras peleas sin sentido, en las que aprendí que siempre tendrás la razón, aunque no la tengas; de las noches que convertimos en días porque la luz del Sol no era suficiente; y de tantas cosas más. Pedí tu mano en matrimonio, pensaste que íbamos muy rápido. Terminaste aceptándome y nos mudamos juntos en la pequeña casa que quedaba por encima del valle, que ahora pertenece a unos extranjeros. Cuando se trataba de ti, los lunes eran sábados, las madrugadas eran días. Recuerdo la primera vez que besé tus labios carmesí, la primera vez que te toque con pasión, la primera vez que nos dijimos que nos amábamos... Estábamos llenos de primeras veces. Pero también recuerdo aquella mañana que despertaste con ese maldito dolor de cabeza, dijiste que todo estaba bien, pero algo me daba mala espina, continuó así por una semana, hasta que decidimos llevarte al hospital. No sabía que estaba pasando, no quisiste decirme sino hasta tus últimos días, decías que no querías que te recordara así. Quizás tenías razón porque desde aquél 12 de mayo, no hay nada que deseara mas que olvidar ese ceño fruncido en tu rostro antes de tomar tu último aliento. Quisiera solo poder recordar tus días de luz, en lugar de tener esas imágenes de tu cara empalidecida, con círculos rodeando tus ojos -signos de falta de sueño-, de como habías perdido tanto peso que se notaban tus costillas, de la falta de cabello en tu cabeza, de las agujas conectadas a tus muñecas. En realidad quisiera que hubieses estado ahí para consolarme, para acompañarme en nuestra desgracia. Ahora vivo de recuerdos y a veces, solo a veces, desearía jamás haber salido a ningún club en aquél verano del 96.